La necesidad de ganar continuamente competitividad es algo innegable en cualquier empresa y se convierte en una exigencia no sólo coyuntural sino permanente para poder alcanzar la meta de “ganar dinero hoy y en el futuro” como decía Eliyahu Goldratt.
Asumiendo que la empresa es viable localmente, entendemos por competitividad la posibilidad de llegar con precios atractivos también a mercados internacionales. Así se cumple el objetivo de romper el límite del propio mercado local.
El mercado global trae como consecuencia inmediata la inevitabilidad de competir con empresas de cualquier lugar del planeta. Y si bien se puede vivir durante algún tiempo con la ilusión de mercados cerrados y protegidos de la “amenaza externa”, sabemos que eso sólo trae como consecuencia más subdesarrollo, más empobrecimiento, más aislamiento y menos competitividad.
La palabra competitividad está emparentada con la palabra competente.
Para ser competitivos debemos ser competentes. No se puede ser competitivo si se es incompetente para hacer que la empresa progrese continuamente, se adapte a nuevas exigencias de todo tipo, desde generacionales hasta de management, pasando por los avances tecnológicos y los requerimientos ambientales crecientes.
Hoy las empresas funcionan mal por las mismas razones que antes funcionaban bien. Esto significa que las “soluciones” del pasado se convirtieron en problemas del presente.
Para poder crecer y desarrollarse, una empresa necesita ganar continuamente competencias, que aplicadas sistemática y sistémicamente la conviertan en cada vez más competitiva. Se requiere ofrecer productos y servicios cada vez más novedosos y atractivos y hacerlo a precios razonables.
Atrás quedaron las épocas en que un Ford podía decir “pidan cualquier color mientras sea negro”. La demanda por mayor novedad y velocidad de respuesta es creciente y aquellos que no sean capaces de otorgarla perderán, como mínimo, su posición de liderazgo. Por otro lado, atrás debería quedar también la falsa ilusión de creer que la competitividad está garantizada por la relación de la moneda con el dólar. Este espejismo, trajo graves consecuencias en la economía argentina y, sin embargo, siguen los ciegos de siempre reclamando la misma solución.
Si queremos resultados diferentes debemos hacer cosas diferentes.
Cuando se habla de competitividad, el camino más inteligente es bucear hacia el interior de la propia organización en busca de oportunidades. Y cuando se aprende a mirar, se encuentran de a miles.
Los japoneses demostraron hace casi 50 años que en toda empresa hay otra igual oculta detrás de las pérdidas. Es decir, tu empresa factura 1000. Buscá 1000 en pérdidas. Lógicamente esto es un promedio estadístico, por lo tanto, puede ser menos… o más!
En esta búsqueda interna, en este decidirse a ver qué podemos aportar desde nosotros mismos, contar con las herramientas adecuadas es un factor crítico de éxito.
De las muchas herramientas posibles, sin dudas el TPM desarrollado por los japoneses y extendido por todo el mundo, juega un rol esencial. Claro que para que sea útil debe ser entendido como Total Performance Management y no como un mero programa de mantenimiento. Sus paso a paso, explicando cómo detectar, cuantificar y eliminar las pérdidas propias de la organización viene ayudando a decenas de miles de empresas en todo el globo a ganar competitividad y mantenerla en el tiempo. El único requisito es tomárselo en serio y estar dispuestos a hacer los cambios necesarios. Parece obvio, pero no lo es.
¿A dónde radica su secreto?
Básicamente en su comprensión sistémica y su mirada integral del ser humano.
La mirada sistémica ayuda a entender las interrelaciones y los problemas que generan las visiones “departamentalistas”. En lugar de trabajar colaborativamente para competir en el mundo, encontramos áreas que funcionan como compartimentos estancos compitiendo entre sí, hacia el interior de la organización.
Desde el punto de vista práctico, enseña a buscar 16 Grandes Pérdidas que, si se ignoran, amenzan la competitividad.
La mirada integral del ser humano ayuda a capitalizar las fortalezas de cada uno de los colaboradores logrando un ganar – ganar que se traduce en un equilibrio de trabajo y vida personal. Entre misión personal y misión empresaria. Las personas encuentran su lugar en la empresa y con eso fluye una energía y motivación únicas.
En este momento que buena parte de occidente necesita crecer con urgencia y prepararse frente a la “amenaza” de países como China, Corea, India etc. vemos en el TPM una herramienta al alcance de todas las organizaciones para poder mejorar dramáticamente su desempeño y así lograr sobrevivir en el tiempo.
Ing. Raul A. Perez Verzini
Instructor TPM N° 723 – JIPM
Magister en Desarrollo y Comportamiento Organizacional